Descripción
Altura: 58mm / Diámetro: 100mm
Base en madera de haya o roble (teñida con cera natural y pulida).
Piezas de molde en Zamac bañado al latón y lacado.
Policarbonato sobre brújula magnética.
Altura: 58mm / Diámetro: 100mm
Base en madera de haya o roble (teñida con cera natural y pulida).
Piezas de molde en Zamac bañado al latón y lacado.
Policarbonato sobre brújula magnética.
Peso | 0,4 kg |
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Esta pieza es reproducción del Astrolabio Náutico de Dundee. Este astrolabio marino, hecho por portugueses, está datado entre1550-1555. Su propietario, el patrón de una pequeña embarcación, Andrew Smyton, estampó en él su nombre y la fecha de su propiedad, 1688. Actualmente esta pieza se encuentra en el Art Gallery and Museum de Dundee.
El astrolabio náutico es la simplificación del astrolabio planisférico o astronómico, y sólo puede tomar la altura de los astros y se utilizaba para calcular la latitud.
Altura: 130 mm
Diámetro: 44 mm
Grosor: 10 mm
Este instrumento es realmente la reproducción de un Octante del siglo XVII. A pesar de su imprecisión en la medida de la altura del sol y las estrellas, permitía a los navegantes determinar la latitud geográfica.
En 1731 J. Hadley (Inglaterra) y T. Godfrey (EE.UU.), demostraron en forma independiente el Octante. El arco del Octante es de 45º o 1/8 de la circunferencia (de ahí su nombre). El Sextante (1757) reemplazó el marco de madera por uno de metal, progresivamente sustituyó al Octante y continúa utilizándose.
El reloj de sol es un instrumento usado desde tiempos muy remotos con el fin de medir el paso de las horas, minutos y segundos. En castellano se le denomina también cuadrante solar. Emplea la sombra arrojada por un gnomon o estilo sobre una superficie con una escala para indicar la posición del Sol en el movimiento diurno.
Hollywood miente. Es hora de decirlo a las claras. Las fuerzas de la naturaleza y el inmenso y oscuro mar, más que los piratas o los buques de las naciones con los que se mantenían conflictos, fueron los auténticos enemigos de los barcos cargados de tesoros que cubrían la Carrera de Indias, la extraordinaria ruta marítima que unía los territorios de la Monarquía hispánica a través del océano Atlántico.
El 1493 regresó a la Península la expedición capitaneada por Cristóbal Colón, que anunció el descubrimiento de nuevas islas hacia las Indias. La expansión española en ese nuevo mundo fue rápida. A finales del siglo XVI, transcurridos apenas cien años, las florecientes ciudades de México, Lima y Potosí, a la sombra de ricas minas de metales preciosos, tenían más habitantes que las más grandes de Europa.
Desde 1561 y hasta 1748, para llevar suministros a los colonos y luego llenar las bodegas de plata, oro y ricas mercancías de regreso a España, cruzaron los mares dos flotas anuales. Eran barcos del rey, llenos de riquezas de la Corona y de particulares, por lo que su pérdida era una cuestión de Estado. Lo cierto es que, pese a su número, durante dos siglos y medio, no se perdieron demasiados. Éste es el relato de su épico viaje.
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