Descripción
- Editorial : Gunis (5 noviembre 2021)
- Idioma : Español
- Tapa blanda : 36 páginas
- ISBN 10 : 8418824549
- ISBN 13 : 978-8418824548
- Peso del producto : 120g
- Dimensiones : 22 x 1 x 22 cm
- Tapa Blanda
14,94 €
Al amanecer del 7 de diciembre de 1585, un grupo de españoles del Tercio Viejo resistía a duras penas en un monte de Flandes durante la Guerra de los Ochenta Años. A su alrededor todo era agua, frío y desánimo, por lo que muchos miraron al Cielo en busca de respuestas. Entonces, casi por arte de magia, un soldado descubrió una tabla pintada en la que se representaba a laVirgen. A partir de entonces, su suerte cambió por completo, dando lugar a uno de los episodios más increíbles de la Historia de España: El milagro de Empel.
Peso | 0,120 kg |
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Dimensiones | 22 × 1 × 22 cm |
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Durante más de tres siglos, el Ejército y la Armada de España mantuvieron una ardua lucha contra unos enemigos audaces e irreductibles, los moros de Filipinas, concentrados principalmente en las islas de Mindanao y de Joló. Fue una guerra despiadada, durante la cual, hasta sus últimas etapas, ni se concedía ni se recibía cuartel. El escenario fueron mares inclementes y traidores, sembrados de arrecifes coralinos y de bancos de arena, en los que la simple navegación ya era una hazaña, más aún cuando estaban infestados de embarcaciones hostiles, cargadas de tripulaciones dispuestas, en caso preciso, a luchar hasta la muerte. Se combatió también en junglas impenetrables, bajo un sol abrasador, sembradas de trampas y ricas en enfermedades letales, que diezmaban a las tropas con más saña que los krises y las balas. Normalmente, el colofón de los enfrentamientos era el ataque a cottas o fuertes, erizadas de lantacas y de fanáticos defensores, casi invulnerables a la artillería, con el asalto a pecho descubierto como única táctica posible, trepando por escalas o agarrándose a las anfractuosidades, bajo una lluvia de proyectiles, para llegar al ansiado, y a la vez, temido cuerpo a cuerpo. El prestigioso historiador Julio Albi de la Cuesta, autor de clásicos como De Pavía a Rocroi, Banderas olvidadas o ¡Españoles, a Marruecos!, nos presenta la primera historia completa de una guerra secular y encarnizada que solo halló el fin con la invasión estadounidense del archipiélago. Ni españoles ni moros, como dignos enemigos, realmente llegaron a envainar las espadas. Así, inconciliables adversarios llegaron a compartir rival, un broche paradójico, pero, de alguna manera, apropiado para tan larga y empeñada lid.
Los Tercios, habitualmente relacionados con Tierra, se suben a los barcos para extender su leyenda. Eso genera unas nuevas experiencias que se van a proyectar en el tiempo y que la autora analiza con detalle. Ese detalle hace que esta sea una obra más bien de consulta que posee numerosa referencia y bibliografía.
El análisis de la organización naval de los Austrias entronca con los Tercios, durante el periodo que estos estuvieron activos, y de su análisis, surgen los que luego se llamarán los Infantes de Marina. Herederos de aquellos Tercios que vieron en jornadas como la de Lepanto o de Salvador de Bahía lo útil de estandarizar, profesionalizar y mantener aquella mezcla tan interesante entre la infantería de élite y la marinería.
Es una lectura amena y de fácil asimilación, la de este libro. Siempre y cuando se establezca como base el interés del lector sobre el tema. Un interés que además debería llevar aparejado cierto conocimiento de la época porque hay continuas referencias históricas, necesarias por otra parte, para encajar el hilo argumental.
Pero no se me echen atrás, porque en realidad esa conexión entre tierra y mar, entre continentes y océanos era el día a día de la Monarquía Hispánica en aquellos siglos, así que entender esto es clave para valorar adecuadamente la magnitud de la obra que aquellos españoles protagonizaron durante más de tres siglos.
Ya solo la introducción, en 13 hojas, nos ayuda a esto a la vez que da medida del trabajo de consulta titánico y complejo de destilar, muy bien resuelto, a nuestro humilde entender. Un hilo argumental sereno y bien armado, con poso, de esos que se tejen con el paso del tiempo, la lectura, la investigación y la reflexión.
No exento de afirmaciones que podrían albergar debates: “Felipe III recibe una monarquía sin vertebración (p.51)”, que en todo caso debe ayudar al lector a estar siempre atento y a confiar en sus escritores de referencia pero siempre con ánimo “inquisidor” (confía como comprueba).
Para muestra un ejemplo: En un momento del libro se habla del escorbuto como unos de los grandes problemas de la vida en el mar sin nombrar a fray Agustín Farfán que en 1579 ya publicó sobre cómo tratar esta enfermedad que para los españoles no era un problema (El Galeón de Manila, por poner un ejemplo, cargaba cítricos para evitar esta enfermedad). Y sin embargo sí nombra a James Lind con su tratado sobre esta enfermedad de 1753 y el gran problema que solucionó para la marina real inglesa (¡¡en 1753!!).
No es un libro de exaltación ni de todo lo contrario. De hecho habla de jornadas aciagas (Las dunas, o la Gran Armada), que por otra parte restan valor a lo aportado por los infantes de marina porque no son encuentros donde ellos fueran relevantes. El texto en su conjunto muestra que pese a todas las dificultades (tecnológicas, económicas, logísticas, sanitarias,…) la infantería de marina, los Tercios del Mar, fueron una creación española que ha sobrevivido el paso de los tiempo. Y lo ha hecho porque ha demostrado que sigue siendo útil para la defensa de territorios y mares la combinación integrada de tierra y mar en unos soldados de élite.
Recomendable para… Aquellas personas que gusten del siglo XVI y XVII y de los Tercios, que ampliarán su conocimiento sobre cómo se transformaron en Infantes de Marina. También para aquellos que quieran comprender sobre la complejidad de organizar la defensa global de un Imperio que se repartía por todo el mundo, donde continentes y océanos debían analizarse conjuntamente. Muy bien también como libro de consulta, de búsquedas de referencias sobre el tema y para complementario a otras lecturas, pasadas o futuras.
El Veedor
A mediados de junio de 1720, una expedición integrada por dragones de cuera partía desde Santa Fe (Nuevo México) hacia el norte, para confirmar la presencia francesa en territorios de la corona española. Tras varias semanas de marcha, contactó con la tribu de los indios Pawnees en el centro de la actual Nebraska en los EEUU. El jefe de la expedición decidió retirarse y acampar a escasos kilómetros de la tribu, en la confluencia de dos ríos. Al amanecer del 14 de agosto, los nativos atacaron el campamento español. Tras los primeros disparos y andanada de flechas, los supervivientes formaron en círculo para defenderse de la agresión. Uno tras otro, como se espera de soldados españoles, vendieron caras sus vidas. Por primera vez se publican en español las páginas conservadas del diario del cronista de la expedición, el cabo Felipe Tamariz, uno de los pocos supervivientes.
José Enrique López Jiménez nació en Melilla. En 1989 se graduó en la Academia Militar de Zaragoza y posteriormente se licenció en Sociología y Ciencias Políticas. Es colaborador habitual en la sección de historia de la revista Ejército para la que ha escrito numerosos artículos y ha publicado también varios libros. Estudioso e investigador de la historia militar de España, se ha especializado en la historia de la presencia española en América, especialmente en el sur de los Estados Unidos.
Mi nombre es Julián Romero de Ibarrola y soy maestre de campo de los tercios del rey nuestro señor. Sirvo hoy con don Felipe II como ayer serví con su augusto padre, el césar Carlos. Queréis que os cuente mi historia y yo os diré que mi único mérito es haber salvado la piel donde otros dieron la vida. Constato en vuestras miradas que no sabéis lo que pasó en San Quintín. Avergonzaos, ganapanes, porque pocas páginas han escrito nuestras armas más gloriosas que aquella victoria, en la que este vuestro servidor cayó herido cuando una bala de mosquete me perforó una pierna y desde entonces me cuelga así, como dormida. Aún tengo que dar gracias a Santiago de que no hubiera que cortarla, según se solía hacer, para que la gangrena no me comiera el cuerpo.
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