El Gran Capitán

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Título: El Gran Capitán
Autor: Despertaferro Ediciones. Historia Moderna

Con los siguientes artículos

“Italia antes del Gran Capitán” por Giovanni Muto (Università Federico II di Napoli)

En 1441 Alfonso el Magnánimo, tras una larga lucha contra los partidarios de la dinastía de Anjou, conquistó Nápoles; a partir de ese momento el reino napolitano sufrió una metamorfosis y pasó a convertirse en una de las potencias de la península itálica. Sin embargo, ese tiempo de bonanza duró poco tiempo. El tablero político italiano del Renacimiento era extremadamente cruel y las alianzas prontamente se olvidaban para dar paso al enfrentamiento. A la llegada de don Gonzalo Fernández de Córdoba, además un peligro externo se había cernido sobre toda Italia. Cartografía de Carlos de la Rocha. En la imagen, mapa de la península itálica en 1494.

“Los años de formación de Gonzalo Fernández de Córdoba” por Almudena Blasco Vallés (Institut d’Estudis Medievals-UAB)

Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado desde su primera campaña en Italia el Gran Capitán, nació en Montilla en 1453, en el seno de una familia afincada en tierras de La Bética generaciones atrás. Entró a servir en la Casa Real muy joven, pero la mala fortuna le llevó a tener que abandonarla. Sin embargo, las enseñanzas que había aprendido y las nuevas oportunidades que le brindó la Guerra de Granada (1482-1492), además de un parentesco fortuito pero muy provechoso, le permitieron avanzar en la escala social y codearse con los Reyes Católicos y con Boabdil, último rey nazarí. En la imagen, Retrato del Gran Capitán.

“El arte de la guerra y el Gran Capitán” por Eduardo de Mesa Gallego (Fundación Carlos de Amberes)

Las innovaciones militares que puso en práctica don Gonzalo Fernández de Córdoba durante los primeros compases de las campañas de Italia representaron la última evolución del arte de la guerra durante el siglo XV. A partir de ese momento, tanto sus actores como sus formas y medios cambiaron por completo y para siempre. Gracias al Gran Capitán, el mundo contemplaría el nacimiento de la estrategia y la táctica modernas, en las que los infantes españoles hicieron un uso cada vez más extendido de las armas de fuego. Ilustración de José Luis García Morán. En la imagen, Panoplia de un infante español de principios del siglo XVI.

“La primera guerra italiana” por Alberto Raúl Esteban Ribas

Cuando el rey Carlos VIII de Francia firmó el tratado de Barcelona con Fernando el Católico, creyó que así tendría garantizada la paz con Aragón. Poco se imaginaba que su intento de apoderarse de Nápoles iba a iniciar el largo conflicto de las guerras de Italia (1494-1559), que dirimirían el devenir de la lucha por la hegemonía europea por más de dos siglos. La primera campaña empezó con una derrota para don Gonzalo, la única de su carrera, pero, gracias a sus habilidades, tesón y conocimientos militares, logró cambiar por completo la dirección de la contienda. Cartografía de Carlos de la Rocha. En la imagen, mapa de la primera campaña de Italia.

“La segunda campaña: de la conquista de Tarento a la batalla de Ceriñola” por José María Sánchez de Toca

La segunda campaña empezó a consecuencia de las dificultades que se dieron en el reparto del Reino de Nápoles entre Luis XII de Francia y Fernando el Católico, que en muy poco tiempo llevaron a la guerra abierta entre ambas potencias. Durante estas operaciones, el Gran Capitán volvió a poner de manifiesto su facilidad para explotar los medios que tenía a mano y, así, obtener la victoria. El maestro de la estrategia concentró gradualmente sus tropas y, cuando consideró que estaba preparado para la batalla, hizo que el ejército francés se situase donde él quería y atacase. Cartografía de Carlos de la Rocha. Ilustración de ªRU-MOR. En la imagen, El desafío de Barletta.

“La segunda campaña: de las luminarias de Ceriñola a la victoria final en el Garellano” por José Manuel Mollá Ayuso

Don Gonzalo Fernández de Córdoba, tras la victoria en Ceriñola, obtenida con un ejército muy inferior en número pero actuando con principios y procedimientos más propios de décadas futuras, llevó a cabo en el Garellano una larga campaña en la que proyectó todo su genio militar. Jugando otra vez magistralmente con los tempos, la concentración de recursos y la maniobra, volvió a sorprender a propios y extraños en su última acción en Italia. Cartografía de Carlos de la Rocha. Ilustración de Ganbat Badamkhand. En la imagen, mapa de la batalla de Garellano.

“Las cuentas del Gran Capitán, entre el mito y la realidad” por Hugo Vázquez Bravo (Universidad de Oviedo)

El enfrentamiento entre el Gran Capitán y Fernando el Católico, propiciado por la liberalidad del primero para con sus soldados, llegó a su punto álgido cuando ambos personajes se encontraron frente a frente en Nápoles a finales de 1506. De los dimes y diretes durante la entrevista nació el mito de las cuentas del Gran Capitán, mediante las cuales el general español ridiculizó la petición regia de hacerle justificar sus gastos militares. Sin embargo, como en toda leyenda, la tradición tiene algo de verdad. En la imagen, El Gran Capitán recorriendo el campo de la batalla de Ceriñola.

Introduciendo el n.º 20, “JEB Stuart y la controversia de Gettysburg” por Jeffry D. Wert

Tras la retirada desde Gettysburg, fueron pocos los confederados que atribuyeron la derrota táctica y las elevadas bajas sufridas a las proezas combativas del ejército unionista del Potomac, y muchos oficiales y hombres culparon de lo sucedido a sus altos mandos. Ni el propio Robert E. Lee se libró de las críticas y, aunque hubo acusaciones para cada uno de los jefes de cuerpo –James Longstreet, Richard S. Ewell y Ambrose Powell Hill–, gran parte de las condenas iniciales recayeron sobre el comandante de la caballería, el general James Ewell Brown “JEB” Stuart. De hecho, es muy probable que la censura contra este fuera la más extendida. Cartografía de David Sancho Bello. Ilustración de Don Troiani. En la imagen, JEB Stuart a caballo.

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En 1604 concluía, tras más de tres años de lucha, el costoso asedio de Ostende, una verdadera sangría humana y económica que dejaba al borde del agotamiento, tras un cuarto de siglo de combates incesantes, tanto a la Monarquía Hispánica como a las Provincias Unidas. La Guerra de Flandes se había convertido ya en una contienda de asedios y, sobre todo, de desgaste. El frente no experimentaba cambios importantes desde hacía más de un lustro y los recursos escaseaban para ambos bandos. Entonces entró en escena Ambrosio Spínola, un rico aristócrata de la República de Génova que, hastiado de la tediosa vida del patricio comercial, puso todo su talento y su fortuna al servicio de la Monarquía Hispánica. Al mismo tiempo, un noble flamenco, Philippe de Croÿ, conde de Solre, presentaba a los archiduques Alberto e Isabel, en Bruselas, un meticuloso plan bélico que debía romper el empate y obligar a las Provincias Unidas a sentarse a la mesa de negociaciones. De Bruselas, el plan pasó a Madrid, donde obtuvo el visto bueno de Felipe III. Spínola y Solre, con quienes nadie contaba de antemano, cambiaron el curso de una guerra enquistada. El eje de los combates se trasladó de las dunas flamencas y el Brabante densamente fortificado a la retaguardia holandesa. Con una capacidad de maniobra inédita y que marcaría todas sus campañas, Spínola cruzó el Rin y apareció de improviso en la región de Frisia, donde reabrió un frente que los rebeldes creían cerrado. Sir John Throckmorton, un oficial inglés que militaba bajo la bandera las Provincias Unidas, resumió mejor que nadie el golpe de efecto de Spínola “El enemigo no solo nos ha enseñado una nueva lección sobre la guerra, sino también una audacia inusual”. A lo largo de dos campañas, en 1605 y 1606, el genovés se anticipó, una y otra vez, a su adversario por antonomasia, Mauricio de Nassau, y logró robustecer lo suficiente la posición de los Habsburgo como para que en La Haya se aceptase una suspensión de armas que sería la base de la Tregua de los Doce Años, un respiro bienvenido por ambos bandos y sus mermadas finanzas.
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