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La épica historia de un náufrago de la Gran Armada. A finales del siglo XVI España emprende una ambiciosa campaña naval contra Inglaterra, englobada en la primera guerra global (entre España e Inglaterra por tierra y mar). Una guerra que le costó a Inglaterra quedar fuera de la escena internacional durante mas de 20 años por enfrentarse de manera directa contra España.
Entre espías, monarcas, jefes militares, consejeros y rebeldes irlandeses, en un desfile histórico en el que aparecerán todos los personajes y las intrigas de la alta política del momento, comprenderemos la razón de ser de la Gran Armada. Y así llegaremos hasta el capitán Francisco de Cuéllar y su extraordinaria aventura. Tras el naufragio de su barco, destrozado por los vientos y el oleaje contra la costa irlandesa en el otoño de 1588, emprendió una marcha en solitario por el interior de Irlanda. Fue un intento desesperado para escapar de la muerte segura que le esperaba si era capturado, como ocurrió con otros muchos náufragos españoles de la expedición, asesinados y desvalijados en cuanto pisaron tierra firme.
San Agustín de la Florida. 1740. Samuel Durango, español de origen africano y habitante de Fuerte Mosé, el primer asentamiento de negros libres de Norteamérica, es capturado por los caciques esclavistas de las colonias británicas. Indignada por la decisión de su padre de no acudir en ayuda del joven, Teresa de Montiano, la hija del gobernador, contrata en secreto a un excéntrico capitán cuyas acciones están a punto de desencadenar una guerra. Juntos inician un arriesgado viaje que tiene como fin entrar en las inmensas plantaciones azucareras de Carolina, encontrar al joven Samuel y liberar al resto de hombres esclavizados por el contrabandista Caleb Davis. Mientras tanto, en la Florida española, los demás negros de Mosé y los españoles de San Agustín se preparan para defender la ciudad ante la llegada inminente de fuerzas invasoras. Santiago Mazarro, que ya sorprendió a la crítica con su primera novela, vuelve a destripar las entrañas de la América colonial con una historia de aventuras trepidante, bien documentada y a todas luces necesaria para entender el legado multicultural del continente.
En la mañana de Pascua de 1625, con los estandartes y gallardetes al viento y las cubiertas altas adornadas de pavesadas encarnadas, una magnífica Armada, la más poderosa organizada por España desde la La Felicísima, cruzó la barra de San Antonio en la costa de Brasil y se adentró en la Bahía de Todos los Santos.
La vista era imponente. Se trataba de la mayor fuerza naval que jamás hubiese cruzado el océano Atlántico y su frente de combate se extendía 6 leguas sobre el mar: 56 navíos y 1.185 cañones pertenecientes a las Armadas del mar Océano, del estrecho de Gibraltar y de Portugal, y a las Escuadras de Vizcaya, de Nápoles y de las Cuatro Villas. Embarcados iban 12.463 soldados españoles, portugueses y napolitanos encuadrados en 5 tercios de infantería, 2 españoles, 2 portugueses y 1 napolitano. El objetivo era recuperar la ciudad del Salvador, capital del Brasil, conquistada por una expedición holandesa el año anterior. Fue, junto con Breda, Cádiz, Génova y Lima, una de las grandes victorias de las armas hispanas que hicieron de 1625 el Annus Mirabilis español.
Para recuperar la capital del Brasil, Salvador de Bahía, España organizó la más grande fuerza expedicionaria llegada al continente americano hasta la fecha: 5 Tercios (2 viejos españoles, 1 viejo napolitano y 2 portugueses) embarcados en una gran flota compuesta por 3 armadas (la del mar Océano, la del Estrecho de Gibraltar y la de la Corona de Portugal) y 3 escuadras (la de las Cuatro Villas, la de Vizcaya y la de Nápoles), haciendo una proyección de la fuerza a miles de kilómetros de sus bases al tiempo que mantenía los frentes de Flandes, con el asedio de Breda, Alemania, y el Mediterráneo.
A principios del siglo XVIII, los componentes de la caballería ligera española que se situaban en los límites de los territorios conquistados en América eran conocidos como dragones de cuera. Su misión consistía en proteger las nuevas fronteras de los ataques permanentes de las tribus indias que habían sido desplazadas y veían con sumo recelo la llegada de los españoles. Esta es la historia de un joven soldado que, de niño tras perder a sus padres, fue educado en el rastreo por los indios pueblo y en el combate por un prestigioso dragón de cuera. Por tanto, era buen conocedor de las costumbres y técnicas de lucha de ambas razas. Algo que muy pocos poseían.
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